Me sumerjo, cada vez más profundo. Dios, ¡me falta aire! Sin embargo, ¿no quiero respirar? ¿Qué demonios me pasa? ¿Por qué me doy la espalda de esta forma?
Y decidí caer. No volver, ni siquiera a andar, no imploro clemencia a ningún Dios, pues no creo, pues no siento, ni quiero padecer. Siento el extremo que asume cada sentido de mi cuerpo. Aún así, aceptando la derrota, ni siquiera me apetece limitarme a respirar. Dejaré que la naturaleza expire mis restos, dejaré, pues...
¿Un legado?
¡¿Un recuerdo?!
¡¡¿Una moraleja?!!
¡¡¡¿Un ejemplo?!!!
Me ahogo, en una mar de palabras, siento la paz y la armonía que tanto deseaba. El sonido exclusivo que te otorga la sabia nota del silencio, donde callan las palabras y el espíritu se enmudece. Ese sitio tan mágico como tenebroso, tan deseado como ruin. La nota azul de mis palabras, arrastrándose en mi piel, desde mi interior... una meteora de sentimientos recorren por mi piel entumecida en forma de llantos silenciados por la híbrida teoría que hallo en esta última nota. La nueva división que separa una alma callada desde niño, y un cuerpo inerte, agotado, ahogado.
Lo intenté al máximo, en el final, en mi final. No hay ser humano que sea capaz de vencer a este enemigo. Nunca serás capaz de vencerla, nunca, por muchos por qués que quieras imponer como obstáculo. Al fin y al cabo, lo único que es real eres tú, muerte, al final vendrás a visitarnos. Tú, nos darás tu mano y, nosotros, nuestra alma.
Adrià Gil Viñuelas
Yo, descubrí que la música produce escalofríos, cuando descubrí tu voz.
Chester Charles Bennington
1976 - 2017
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