I
No escogimos el camino adecuado,
¿Por qué?
Decidimos envolver nuestro pasado,
¿De qué?
Excusas, culpables, mirar a otro lado.
Ahora lo sentimos, oímos tu despertar,
¿Por qué?
Decidimos darle fin a descansar,
¿Para qué?
Dar vuelta de hoja, volver a pelear.
II
Tantas hojas hablando de lo mismo,
de caerse, levantarse, y volver a caer
de vivir, amar, llorar, padecer
en este mundo, en este círculo.
Tantos sueños que no quiero decir adiós,
ver cómo pasa el hoy y el ayer sin saber qué hacer
de decirle adiós a aquel que llenó tu ser.
Almas rotas, despedidas eternas, obstáculos.
III
No sé qué decir,
ni qué hacer,
ni qué sentir,
ni siquiera lo que quiero ver
No sé dónde acabará esto,
si el fin son tus curvas del deseo,
o aquello que nunca veo.
No se interpretar cada uno de tus gestos.
No estábamos muertos.
Estaba ausente, ¿dónde estaba? No lo sé, ¿qué diablos hacía tan perdido?
No lo sé.
Cambio tantas cosas que el cambio ya no significa nada. Una alma herida, un drama inmortalizado, un quiero tenerte a mi lado, un quiero tenerte lejos.
Por aquello que nos hace fuertes, por aquello que nos hace débiles. Aquello que nos hace rudos, aquello que nos hace sensibles. Por aquello que hiere, aquello que sana y alivia cicatrices. Por todos aquellos momentos que aquello crea y por todos aquellos momentos que aquello destruye:
Por el amor.
Por aquello incomprensible.
Por el único invento emocional del ser humano que nos crea y nos destruye al mismo tiempo. Pero, a pesar de estar destruidos, de sentirnos acabados, heridos, traicionados, perdidos, indecisos, apagados o incluso desalmados.
Con la cabeza bien alta:
No estábamos muertos.
Adrià Gil Viñuelas
(...)Esto es amor, quien lo probó lo sabe. (Lope de Vega, Soneto 126, V. 15)